El central asume que el vestuario sostiene a la directiva de Bartomeu, a quien exculpa del escándalo de las cuentas ‘fake’
San Paolo, pese a las reformas, continúa siendo un estadio de lo más espartano. Nada ha cambiado aquel antiguo gimnasio en el que Diego Armando Maradona pronunció su primera rueda de prensa como jugador del Nápoles en 1984. El techo es una cortina azul celeste. Las tuberías, desconchadas, serpentean por paredes que hace años que dejaron de ser blancas. No hay rastro de modernidad. Ni falta que hace. La mística debe ser esto. Gerard Piqué miraba a su alrededor. Los ojos se le iban a dos pequeños escudos del Nápoles y el Barcelona que alguien debió poner enfrente suyo para engalanar el espacio. «Cuando eres futbolista te gusta probar cosas nuevas. Y este estadio es histórico». Aunque Piqué sabía que si estaba encaramado al estrado, en realidad, no era para admirar el escenario. Sino para ejercer de capitán del equipo, aunque él sea el tercero, por detrás de Sergio Busquets y Leo Messi.
Dos días después de que el Camp Nou se ensañara con el presidente del Barcelona, Josep Maria Bartomeu, tras el escándalo cibernético que ha provocado la suspensión de la mano derecha del gerifalte -Jaume Masferrer-, a Gerard Piqué le tocó manifestar su particular veredicto. El central se contuvo. Incluso exculpó a Bartomeu, pese a que varias de las cuentas vinculadas a I3 Ventures, empresa contratada por el Barça y cuyo contrato tuvo que rescindir tras desvelarse el entuerto, se ensañaban con él mismo. Quizá todo fuera porque Piqué bien sabe que no hay crisis que el vestuario no pueda detener. O también alimentar. En el campo, en el balón, está todo.